Acaso
la primera y más material sensación de la erótica del poder que tenga el líder
ganador de un proceso electoral sea, culminada la liturgia de la investidura
por las Cortes, la firma del Decreto del Presidente ─nos referimos a la
Autonomía Valenciana, pero lo mismo podría decirse del gobierno de cualquier
nivel─ por el que se determina el número
de Consellerias y la atribución de los paquetes de competencias a cada una de
ellas. En otro correlativo Decreto del Presidente se establecen las Secretarías
Autonómicas, y aquí se da ya la primera pugna entre consellers por conseguir
tres mejor que dos y dos mejor que una Secretaría Autonómica. El debate ─que es
combate─ se acrecienta por acumular patrimonio en Direcciones Generales,
Jefaturas de Área, Servicios, etc. Desde cualquier nivel burocrático y hasta la
base de la pirámide todo órgano lucha por agrandar su base. Es la ley de hierro
de la burocracia que para reproducirse y conservarse necesita crecer. Así que
hemos de estar atentos al final del proceso de renovación de la ‘nomenclatura’
valenciana para comprobar si se ha aumentado o no el peso de la burocracia
respecto a la época del derrochador Partido Popular.
Joan
Lerma, que no era un experto en Administración Pública, tenía sin embargo un
finísimo instinto que le alertaba contra el crecimiento inercial de los
aparatos burocráticos. Nunca permitió la creación de subsecretarías y subdirecciones
generales, mucho menos las secretarías autonómicas... En cierro momento le
teníamos convencido para crear las Delegaciones del Consell en provincias a fin
de mostrar unívocamente la marca ‘Generalitat’ y coordinar la acción de los
Servicios Territoriales de las Consellerias. Habíamos elaborado en Presidencia,
junto con Administración Pública, que regía precisamente Vicent Soler, el
proyecto de Decreto. Al final, me dijo Lerma: «La coordinación la puedes hacer
desde la Secretaría General y la Inspección General de Servicios». Y ahí
terminó la historia.
Llegó
el PP y con él la fiesta. Crecieron como hongos las Secretarías Autonómicas,
las Subsecretarías, las Direcciones Generales y, por supuesto, se crearon las
Delegaciones del Consell con rango de dirección general…, más otros altos cargos asimilados. El de la
Administración Pública se convirtió en fecundo campo para la captura de rentas
a repartir entre una clientela insaciable. Hoy ese campo yace esquilmado.
La
elaboración de los organigramas a partir de las Direcciones Generales es otro
momento de excitación y morbo. Durante los días que dura la tarea nadie es más
observado, vigilado y envidiado que el grupito de hombres de confianza del Conseller
que diseña top secret la estructura
orgánica de la Conselleria y el reparto de las competencias. Es una lucha
sorda, entre bastidores, en la que toman parte los altos funcionarios, los
medianos y hasta los auxiliares de base. Del resultado dependen ascensos y
descensos, quedar al alza o decaer en el ostracismo.
Pero
cuando la excitación alcanza su cenit es en la hora de los nombramientos. Los nombres
de los afortunados que van a ocupar las casillas del organigrama despiertan una
curiosidad ansiosa entre los periodistas, entre los seguidores de los avatares
políticos y, en especial, entre la clase funcionarial. Superada la fase de la
rumorología, la recepción de los nombres que publica el Diario Oficial, unos
esperados y otros sorprendentes, la mirada del público interesado se centra en
los currículos de los nombrados, que a fin de cuentas es su carta de
presentación.
Los
currículos hay que leerlos con todas las reservas del mundo. En el año 1985
recibí un currículo impactante de alguien que acababa de cesar en el Gabinete
del Presidente Joan Lerma. Lo acepté como Inspector en la Inspección General de
Servicios. No sabía redactar. Me lo quité de en medio en cuanto pude. En los
currículos hay hechos sustanciosos y valiosos y otros que no son más que la
expresión de un mariposeo académico desnortado. De los currículos de la nueva ‘nomenclatura’
─en general bastante apañados─ el más llamativo sin duda es el del Conseller de
Educación, Investigación, Cultura y
Deporte: una ingeniería iniciada o no acabada (no es lo mismo), una diplomatura
en Magisterio, una reducida experiencia en la docencia y, eso sí, una
militancia en Escola Valenciana y en
el sindicato Stepv y otros activismos varios... Además tiene un blog y escribe tuits,
alguno de los cuales ha borrado al ser nombrado Conseller «por no estar cómodo
con ellos» (Lo de Groucho Marx: estos son mis principios y si no le gustan,
aquí tengo otros).
El Who’s Who es natural que despierte
interés más allá de la clase funcionarial. A nadie le gusta ser gobernado por
ignorantes. De por sí a ningún ser humano le gusta ser mandado, pero si no
queda otro remedio, al menos que los que dirigen nuestros intereses sean
merecedores de alguna admiración por ostentar competencias y saberes de los que
nosotros carecemos.
Que
una persona de formación tan limitada haya de dirigir la educación, la
investigación, la cultura y el deporte en nuestra comunidad me resulta
deprimente. Y no es solución que a su lado, pero por debajo, se le coloque como
Secretario Autonómico a un Miguel Soler, éste sí sobradamente formado y
experimentado.
¿Puede
soportar tal desorden la administración destinada a cumplir los objetivos
educativos, de investigación, culturales y deportivos que demanda la sociedad
valenciana? ¿Qué organización racional puede funcionar con semejante grado de
entropía?
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