miércoles, 1 de julio de 2015

LA RECONQUISTA DEL PALAU DE LA GENERALITAT

La democracia es el sistema organizativo de convivencia social que permite a los ciudadanos cambiar los gobiernos, decía K. Popper. Si nos conformamos con esta definición reductiva del filósofo de las sociedades abiertas, los recientes cambios en los gobiernos municipales y autonómicos demuestran que la democracia funciona en España. Pero la democracia es sobre todo “formalidad”. De hecho, las formas y rituales que acompañan a las permutas de unos dirigentes por otros en las sociedades democráticas son  transposiciones sublimadas, civilizatorias e incruentas de las guerras sanguinarias que antes, o ahora en las sociedades no democráticas, libraban entre sí los individuos, las tribus o los grupos organizados para hacerse con el poder y establecer la jerarquía del dominio social.
Acabamos de visualizar cómo el  Palau de la Generalitat, ocupado durante veinte años por las huestes del Partido Popular, ha sido tomado por el morellano Ximo Puig al frente de tropas propias y otras diversas coaligadas, más algún apoyo externo. El amigo Javier Andrés, periodista, contaba recientemente una anécdota muy ilustrativa de esta visión de la política como dialéctica de victorias y derrotas, conquistas y reconquistas (...I han tornat, Levante, 27-06-2015): un asesor de confianza del Jefe del Gabinete de Lerma, antes de entregar el Palau en el verano de 1995 al general Zaplana, dejó un folio doblado escondido en una rendija de una ventana gótica del despacho de Ximo Puig con la leyenda «Tornarem». Ahora, que desde la Torre de la Pardalea del castillo de Morella se han reconquistado las Torres del Palau, era el momento de comprobar si el folio permanecía en su escondite o había sido objeto, como tantas cosas en estos años, de la limpieza étnica y los estragos de los bárbaros..., proponía Javier Andrés.
Esta curiosa anécdota la contaba el periodista en el contexto de la entrega protocolaria de las llaves del Palau por el Conseller de Educación, Joan Romero, en representación del gobierno cesante y añadía la curiosidad de cómo Zaplana enseguida se interesó por la cocina y por si era cierta la existencia de un jacuzzi. Al respecto bien merece la pena ampliar y completar lo que dio de sí la ceremonia.
Consumidos los escasos minutos de los saludos protocolarios, Joan Romero y Ximo Puig abandonaron cum pede veloce el Palau y me dejaron solo con Zaplana y su hombre de confianza para todo, Jesús S. Carrascosa, al que yo conocía por haber colaborado juntos en la edición de la revista Papers desde la Conselleria de Educación, con Ciprià Ciscar de Conseller. Aposentados en el tresillo de piel verde del despacho del Presidente, fueron muy directos. Querían saber a cuánto ascenderían sus nóminas, cómo funcionaban los asuntos de intendencia, cómo traerse a un chófer amigo personal del Presidente y mostraron indisimulado interés en recorrer todos los rincones del Palau como en busca de algún tesoro oculto. Les expliqué que su nómina, si accedía a la Secretaría General que yo ocupaba, como de hecho sucedió, ascendería a 488.000 pesetas, menos las 54.000 que yo percibía en concepto de trienios como funcionario de un Cuerpo Superior de la Administración (unos 2600 euros brutos al cambio), y que el Presidente cobraría muy poco más. «Con este sueldo no podemos vivir», manifestó Carrascosa.
Cabría pensar que a estas alturas los anteriores detalles no interesan a nadie. Sin embargo, a mí me impresionaron. La recaptación de rentas que en la sociedad civil no habían conseguido, ese ansia de acomodarse en un Palacio con todo el confort del mundo y ese instinto de ocupación  hasta de la más escondida covachuela del Palau me sugirieron la idea de la política como acción guerrera de cuyas victorias se obtiene riqueza, fortuna, comodidad y dominio a costa de los vencidos. Aquellos individuos mostraban comportamientos primarios, pautados del ‘imperativo territorial’ que yo había estudiado en los manuales de etología. En fin, la derecha que venía no era como los socialistas que llegamos a la Generalitat en diciembre de 1982  (recuerdo que en mis primeras nóminas de Director General cobré bastante menos de lo que rezaba mi nómina como Inspector de Educación del Estado), ni tenía que ver con una derecha europea bien alimentada. La derecha que estaba ante mí era primitiva y traía un hambre voraz... De ahí trae su causa la quiebra de este país.
No terminaré esta remembranza sobre tomas y reconquista de castillos y palacios, de victorias y derrotas, sin aludir a la que ha parecido caballerosa entrega de las llaves del Palau de A. Fabra a Ximo Puig. El fair play se ha dado por las dos partes. Alberto Fabra, el Fabra bueno, a causa de las mesnadas que le tocó capitanear ─trufadas de jefecillos dedicados durante años a la rapiña, el saqueo y la violación de leyes y personas─, acaso no merezca el trato caballeroso que Justino de Nassau y sus soldados valientes y honorables recibieron de Ambrosio de Spínola ─que Velázquez inmortalizó en la Rendición de Breda─, pero tampoco creo que se haya ganado la afrenta de que una Aixa al-Horra le diga, como a su hijo Boabdil, «llora, llora como mujer... lo que no supiste defender como hombre». La imagen del ya ex Presidente, terminado el acto protocolario, abandonando el Palau, tomando unas de las calles anexas y desprendiéndose de la chaqueta como si se quitase la coraza metálica de la batalla perdida, no dejaba de ser conmovedora... !Vae victis! La derrota es amarga, pero el nuevo Presidente, Ximo Puig, sabe, debe saber, que toda victoria es la antesala de un nuevo fracaso. Y más si la victoria ha sido pírrica y en el Estado Mayor del Mando la competencia es suplantada por el activismo juvenil.

    

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