viernes, 24 de julio de 2015

¿ES GOBERNABLE LA EDUCACION EN ESPAÑA? (I)

La pregunta  es retórica, pensará el posible lector: en quien interroga seguramente hay muchos años de experiencia y reflexión sobre la realidad de la educación española y hay asimismo una opinión pesimista preformada. Efectivamente, así es. La pregunta nace de la frustración de haber vivido profesionalmente incontables controversias e intentos reformadores, detrás de los cuales no quedó más que el fondo pétreo e inmutable de un sistema escolar inestable e ineficiente.
Sírvame de introducción una anécdota menor referida al nuevo Conseller de Educación de la GV. Leo en la prensa: «El STEPV tilda de insatisfactoria la reforma del currículo LOMCE que acometerá Marzà. Pide que se palíe el recorte de Dibujo y Tecnología y que en la línea de valenciano de ESO no se imponga más castellano». Los profesores de Matemáticas piden más horas, y los de Filosofía, y los de Latín (!pobres!) y los de Música... No es posible satisfacer a todos. Pues empieza bien el señor Conseller... Si no es capaz de satisfacer a los suyos, ¿qué solución tendrá cuando concurran competitivamente otros agentes que no sean su sindicato, la Escola Valenciana o el Belén de la Pigà?
Ironías al margen, la cuestión es ésta. ¿Existe un político o administrador capaz de gestionar  la educación, con unos parámetros aceptables de racionalidad y eficiencia, dada la dialéctica bélica escuela pública / privada concertada, el régimen  estatutario del personal docente y la complejidad jurídico-formal que rige un sistema escolar burocratizado hasta límites inconcebibles?
Es nuestro propósito analizar y comentar las causas de la presunta ingobernabilidad de la educación española, tarea que, deo volente, haremos en varias entregas.
La primera y más radical causa de la ingobernabilidad de la educación es de naturaleza ideológica, política y, en última instancia, proselitista y electoral. A diferencia de otros países de similar estándar civilizatorio, entre nosotros la educación es el campo donde se libra la madre de todas las batallas entre la derecha y la izquierda por conseguir la hegemonía política. Y la Iglesia siempre presente, al lado de la derecha. Desde la liberal Constitución de 1812  ─en la que se imponía la enseñanza del Catecismo en todas las escuelas de la Monarquía─, pasando por la década ominosa ─durante la cual se ejecutó al maestro Cayetano Ripoll por no ir a misa y no saludar al Santo Viático─ , y por el Concordato de 1851 que otorgaba a la Iglesia la potestad de inspeccionar todas las instituciones educativas en lo tocante a la fe católica y las buenas costumbres, continuando con el sorprendente fenómeno de los institucionalistas que se ven forzados a crear un entidad de derecho privado, la ILE, para garantizarse la libertad de enseñanza (entendida como libertad de cátedra y no en el sentido falaz de libre elección de modelo y centro educativo... hasta el día de hoy en que la LOMCE del PP corre el riesgo de ser inaplicada por las fuerzas de la oposición recién instaladas en Autonomías y Ayuntamientos, la Iglesia ha estado y está presente, beligerante, en toda la historia de nuestra educación.  Y no se entiende nada sin esta omnipresencia.
La dicotomía escuela pública / privada concertada es una pugna por la hegemonía ideológica, política y electoral. El más superficial observador sabe que la escuela privada concertada es un granero de votos para la derecha, por razones de evidencia palmaria. Es por lo que el PP allí donde ha gobernado, Madrid y Valencia, por ejemplo, ha logrado corregir a favor de la enseñanza concertada la relación cuantitativa. De 1/3 ha alcanzado y aún superado el 50% en las capitales nombradas. La derecha se juega mucho electoralmente y la Iglesia, en tiempos de secularización acelerada, es muy consciente de que su supervivencia, al menos como burocracia, está en la permanencia de la religión en la escuela, en base al Concordato de 1953 modificado por los Acuerdos sobre Enseñanza y Asuntos Culturales de 1979.
Sic rebus stantibus, oír al nuevo Conseller de Educación que «potenciará la escuela pública» y relegará a la concertada a una función subsidiaria y complementaria me produce la misma melancolía que un niño en la playa con su cubito tratando de vaciar el mar. Potenciar, fortalecer, impulsar, promover, propiciar... son verbos de los programas electorales. Del que ya gobierna se espera algún detalle. Bien está negarse a suprimir puestos escolares en el sector público, pero si la demanda no disminuye en los centros concertados (por causas tan conocidas como irreductibles), ¿cómo se cohonestará la razón económica con la que llaman libre elección de las familias?
La guerra escolar no ha terminado entre nosotros y ésta es la primera causa de la ingobernabilidad de la educación y de que cada partido que consigue apoderarse del Boletín Oficial dicte su Ley educativa. Del carácter efímero de las grandes leyes de educación escribiremos próximamente.

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