jueves, 28 de noviembre de 2013

FINALIDADES Y CALIDADES DE LA EDUCACIÓN (III)



 

De unos años a esta parte la palabra calidad se ha hecho omnipresente en el discurso de la educación. A. Marchesi (Controversias en la educación española, 2000) la tilda de “palabra mágica”. Dice además que “Curiosa o sorprendentemente, en las dos leyes básicas que han tenido un extenso desarrollo, aprobadas respectivamente en 1970 y 1984, la Ley General de Educación (LGE) y la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE), no se habla en ningún momento de la calidad de la enseñanza”. Pero este dato es falso; en la Exposición de Motivos de la LGE de 1970 se puede leer: “Se pretende también mejorar el rendimiento y calidad del sistema educativo”.

No hay que llamarse a engaño. Toda reforma educativa ─lo diga explícitamente o no, utilice el vocablo calidad o no─  persigue una mejor educación, una educación de calidad, como ahora se dice. Hay una observación significativa: El Partido Popular ha aupado la mágica palabra al mismo título de sus leyes (Ley Orgánica de la Calidad de la Educación, LOCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Educación, LOMCE), mientras que las leyes socialistas se han venido nombrando de forma temática o genérica (Ley Orgánica del Derecho a la Educación, LODE, Ley Orgánica General del Sistema Educativo, LOGSE, Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Educativos, LOPEGCE,  o, simplemente, Ley Orgánica de la Educación, LOE. La cuestión es saber de qué tipo de educación estamos hablando. Para evitar esta definición el partido de las derechas españolas se abandera con la idea de la calidad, concepto éste que cree indiscutible, pues nadie razonablemente osará oponerse al propósito de mejorar la calidad educativa. Las leyes del Partido Popular traen un nombre, un título, redundante y superfluo que pone énfasis en un señuelo que presenta como unívoco, la calidad, cuando está muy lejos de serlo.

La calidad para la LOMCE consiste en: debilitar el tramo de la educación básica y común introduciendo prematuros itinerarios; reestructurar el currículo centralizando las decisiones sobre contenidos de materias y asignaturas; eliminar la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos; fortalecer la presencia de la religión católica en las aulas obedeciendo a la Conferencia Episcopal; reducir las competencias de la comunidad educativa en la dirección y gobierno de los centros, etc. Es evidente que estos objetivos tienen más que ver con la ideología de la histórica derecha reaccionaria que con la socorrida calidad.

El término calidad se ha incorporado expansivamente al discurso educativo desde el mundo de la empresa privada, así que no parecerá mal método que en éste su campo originario sea donde busquemos una aceptable definición. ¿Cuándo predicamos de un bien o un servicio que tiene calidad? Sencillamente, cuando cumple a la perfección las finalidades de su ser. El ser de un frigorífico viene determinado por su finalidad: mantener alimentos y bebidas frescos, en buen estado de conservación, consumir poca energía, tener larga duración, precio competitivo, etc. El aparato que mejor cumpla estas expectativas será considerado como de mayor calidad… En esta terreno de la producción de bienes y servicios en general, gustos subjetivos al margen, no es difícil llegar a consensos de juicio a través de metodologías científico-técnicas.
La educación es un bien o servicio que de igual manera determina su ser por la finalidad a la que se ordena. Y aquí surge el conflicto: el Partido Popular y el Partido Socialista atribuyen a la educación finalidades diferentes. El uno utiliza la educación como instrumento de perpetuación de las desigualdades sociales y el otro pretende, con poco éxito por cierto, que la educación contribuya a la creación de una sociedad más igualitaria que permita a todos ser más libres. Es la idea que desarrollamos en el artículo anterior (II). De modo que a dos finalidades educativas diferentes corresponden dos ideas de calidad también diferentes.
Sin embargo, esto no siempre ha estado claro. No sólo en los gobiernos del PP, también siendo el PSOE responsable del Ministerio de Educación, en los últimos tiempos, los llamados “sistemas de gestión de la calidad educativa” ─auténtica basura pseudotécnica─ han invadido la escuela privada y por contagio la pública, produciendo residuos ideológicos y burocráticos altamente contaminantes. Es por ello que no podemos evitar la satisfacción al leer en los textos de la Conferencia Política del Partido Socialista estas palabras: “Un sistema de calidad es aquel en que todo el alumnado, en toda su diversidad y complejidad, encuentra respuesta a sus necesidades y tiene las mismas oportunidades de desarrollar sus capacidades”.  Según este criterio, un centro privado que expulsa al alumno que no puede seguir el paso ligero hacia la “excelencia” tiene muy poca calidad.
Se me permitirá que a modo de Anexo incluya aquí el articulo  titulado LA  CALIDAD DE LA EDUCACION: UNA CUESTION IDEOLOGICA, publicado en la revista Fulls d`inspecció, Núm.4. Desembre 2004.   


En asuntos tan humanos como es el de la educación pocas cosas son las que con el paso del tiempo cambian en realidad. Pero como los pedagogos y psicopedagogos están ahí, de cuando en cuando, cada vez más frecuentemente, montan grandes exposiciones de nueva cacharrería semántica, verdaderas revoluciones terminológicas, para vender los productos de siempre. Educación personalizada, educación comprensiva, educación de calidad (y sus correspondientes comparsas en forma de metastásica selva de siglas) son conceptualizaciones que sirven o han servido de reclamo al “cliente” en sucesivos momentos.
Decimos cliente por ponernos a la page de la última moda triunfante en el mercado: la calidad de la educación. En efecto, el nuevo vocablo-mito es el de la calidad y tanto lo es que incluso la última reforma legal –ahora empantanada por el nuevo gobierno- con no poca ostentación banal dio en titularse Ley de la Calidad.
Gestionar la calidad es el nuevo imperativo de los tiempos educativos, el nuevo grito de guerra. Gestionar la calidad (sic),  ¡La evaluación de la calida!, ¡A la calidad por la evaluación, ¡El liderazgo y la calidad! Diríase que palabra tan masivamente repetida designa un concepto bien perfilado e inequívoco, y, de hecho, parece que hubiera un consenso general tácito sobre su significado. Todo lo contrario. No hay concepto más equívoco y polisémico que éste de la calidad. Y aquí precisamente radica la batalla ideológica que la escuela pública está perdiendo. Veamos.

En la frontera de los años 70 (del siglo pasado) la llamada crisis fiscal del Estado de Bienestar trae aparejada la necesidad de echar cuentas, de medir, evaluar y comprobar resultados en función de los recursos públicos invertidos. Y se llega a la conclusión ─ya bajo el paraguas ideológico del “fin de la historia”─  de que la gestión pública es rígida, lenta, despilfarradora, ineficaz e ineficiente. Así las cosas, las socialdemocracias, encogidas y a la defensiva, se disponen a salvar los trastos, aunque con no mucho entusiasmo, montando estrategias para auditar y evaluar las políticas públicas y para ensayar modelos de gestión privada. No es suficiente. Los neoliberales rampantes no persiguen sólo la privatización de la gestión pública, su objetivo   va más allá: privatizar todas las necesidades y relaciones humanas y remitir su satisfacción y desarrollo al libre juego del mercado, único árbitro neutral al que “moralmente” los individuos particulares han de someterse. No se nos escapa en este punto que los valores y elementos constituyentes de lo público (cooperación, solidaridad, igualdad intrínseca de los participantes, racionalidad dialógica como método de comunicación y el acceso abierto a todos) han quedado aniquilados  y sustituidos por el individualismo, la competitividad desaforada, la segregación, la jerarquía como fuente de verdad y la accesibilidad restringida (privada) en función del estatus socioeconómico.
Si la educación fuese mera socialización (adquisición de pautas de conducta a través de las distintas unidades, especialmente en España, oficiales) y no acción intencionada orientada por una escala de valores y una visión global del hombre, la calidad de la educación bien podría ser objeto consensuado, algo medible y apreciado por igual en todo momento y en cualquier lugar. Pero la realidad es que no hay educación sin un sistema de valores subyacente. Y es este sistema de valores el que determina el tipo de indicadores de la mayor o menor calidad de los “productos”.

El problema surge al tener que fijar la vigencia e un determinado sistema de valores porque, superado el modelo cristiano y la visión unitaria del hombre y del mundo, el estado moderno reclama dos principios incompatibles entre sí: el de la neutralidad ante las distintas cosmovisiones y el de la responsabilidad  de promover, organizar y financiar la educación de los futuros ciudadanos. Y no vale la tolerancia como fin educativo para superar esta contradicción  entre neutralidad estatal y educación asentada en un sistema de valores preferido; es necesario un paradigma educativo positivo desde el que se pueda ser tolerante con el pluralismo axiológico inherente a las sociedades contemporáneas.
Pues bien, es en el espacio configurado por los elementos constituyentes de lo público ya aludidos antes ( igualdad intrínseca de los participantes, razonamiento como método de comunicación, accesibilidad y apertura a todos ) donde ha de fraguarse y modelarse , con la participación de toda la comunidad, el ideal educativo que ha de servir para deducir los indicadores de calidad… Por el contrario, lo que se está produciendo en los últimos tiempos, especialmente en España, es una inversión de este desideratum. Las finalidades, los objetivos y estrategias de medición de calidad de los productos de la empresa capitalista, so pretexto de la eficacia y la eficiencia exigidas por la crisis fiscal de las socialdemocracias, se extienden al sector de la educación a través del paso fácil que le ofrece la escuela privada (incluida, claro, la concertada). Y puestos ya en este terreno empresarial, se cita, se reta a la escuela pública a competir en y por la calidad, trofeo unívoco que está al alcance de todos. ¿Nos extrañaremos de que, confundidos los fines, no se advierta y denuncie la trampa ideológica que suponen ciertos medios o modelos de valorar la calidad, léase ISO9001:2000, EFQM, etc.?

Ya lo hemos sugerido. El tema viene de lejos. A finales de los 60 la filosofía de la acountability exportó desde la economía a la educación modelos de gestión y evaluación tales como el PPBS, Kenecevich, PC, el de la libre competencia de Friedman, el estructural de Hirschman… Los profesionales de la educación pública de entonces no hicimos de estos productos rutilantes del mercado nada que fuera más allá de la obligada recepción bibliográfica. Es de esperar que los jóvenes profesionales de ahora no estén tan desideologizados que acaben “enredados” en esa Red de Centros de Calidad como pajaritos ingenuos en una jaula, privados, “privatii”…”
                                                                                                            Diciembre de 2004.

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