miércoles, 6 de noviembre de 2013

INCOMPETENCA Y DESPARPAJO




Siempre leo con gusto a Javier Marías y en especial su última página de El País Semanal. Seguramente por coincidencia ideológica con sus tesis y sobre todo por la maestría en el manejo de la lengua. En su reciente artículo “¿Por qué nada sirve nunca de nada?” (3-11-2013) sostenía Marías que a todo político, presidente, ministro, alcalde, consejero o concejal se le debe suponer la posesión del “conocimiento y el criterio para desempeñar su cargo y que no necesita de ningún asesor, no digamos 262” (que son los que tiene el Ayuntamiento de Barcelona).
En términos generales parece inobjetable que quien acepta un cargo en la Administración ha de poseer una formación general y técnica en grado de excelencia para desempeñarlo. La cuestión de los asesores ─en estas fechas tan enfatizada en la prensa y las televisiones─  no es, sin embargo, tan esquemática. Dada la complejidad de los problemas que el mundo actual plantea en todos los campos de la actividad política, es comprensible que un presidente de gobierno o un ministro dispongan de un número limitado de personal eventual de su máxima confianza para algunos asuntos específicos no atendibles por el organigrama funcionarial.
Lo que ocurre desgraciadamente en España es que las necesidades de la clientela partidaria, ávida por capturar las rentas de las victorias electorales, han inducido a la generación de puestos remunerados en las Administraciones, al margen de los propiamente funcionariales. Conforme el personal numerario disminuye al ritmo de las jubilaciones por una parte, por otra los huecos son rellenados con la masa bastarda de asesores y apesebrados varios. Es un camino que retorna directamente a la cesantía de la Restauración. Así avanzamos: el señor Alberto Fabra ha aumentado un 60% el número de asesores respecto a la corte de los milagros de su antecesor, según cuenta la prensa.
Pero J. Marías nos ha suscitado a propósito de los asesores la cuestión de la incompetencia de los altos cargos de gobiernos y administraciones que tantos asesores necesitan. Y ahí sí que duele. Es precisamente la voracidad de la clientela partidaria la que, no satisfecha con la ración de las asesorías, ha llevado a la generación de Direcciones Generales y puestos asimilados superfluos destinados a personas mediocres o claramente indocumentadas, con el único aval del carnet del partido.
Este problema se hace tanto más grave cuanto más abajo se desciende en el nivel de las administraciones. Me refiero a las administraciones autonómicas y locales. Servirá de ejemplo el caso de la educación en la Comunidad Valenciana. Desde antes del Decreto de las Transferencias en Educación, de julio de 1983, he conocido profesionalmente a todos los Consellers y Conselleras y al parejo staff de secretarios autonómicos, directores generales, jefes de gabinete, etc. La mayoría, salvo alguna excepción, tenía algo en común: un desconocimiento ilimitado de la complejidad del sistema escolar y una ansiedad mal disimulada por salir del trance lo antes posible y verse aupado a otro cargo de menos conflicto y más relumbre. Pregúntesele al señor Pons, actual vicesecretario de la dirección del PP, qué hizo, qué huella dejó en su paso por la Conselleria de Educación.
Hace unos días la actual Consellera sacaba pecho porque en las últimas pruebas  de evaluación diagnóstica se habían notado mejorías en todas las áreas y etapas y se habían hecho descubrimientos tan sorprendentes como que los alumnos que más leen son los que mejor leen. Atribuye la Consellera tanta bienaventuranza al Plan de choque contra el fracaso escolar que se puso en marcha apenas hace dos cursos y a los contratos-programa (otra fantasmagoría más) de reciente invención. Recuerdo, ya en los momentos postreros de mi vida profesional como Inspector, la mañana en que la Directora General de la entonces llamada Dirección General de Educación hizo la presentación del dicho Plan de choque. Inolvidable. ¡Qué desparpajo! ¡Qué vacua palabrería! ¡Qué insondable ignorancia!
En educación no funcionan los planes de choque ni las pócimas crecepelo, a no ser que se pretenda someter a todo el profesorado a un electroshock masivo que le haga de la noche a la mañana experto en la administración de la ciencia infusa. La educación es una actividad parsimoniosa, entretenida, continua, persistente, pacienzuda, sistemática y de resultados no inmediatos. Si no se posee este conocimiento básico, que se adquiere con la experiencia y el estudio, se puede decir sin sonrojo que un Plan de choque contra el fracaso escolar ─plagado de lugares comunes, incoherencias y peticiones de principio─ es el responsable del milagro y la directora general que lo propagó (que hizo la propaganda de él) apuntarse el tanto político.
Cuando a la falta de conocimiento y criterio se le resisten los hechos se echa mano de las palabras vacías y del descaro adquirido en los avatares de la politiquería. Cuando la incompetencia se camufla tras la desinhibición y el desparpajo en los responsables de la gestión pública, el desastre está asegurado. En ese desastre estamos instalados en la Comunidad Valenciana.

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