viernes, 22 de noviembre de 2013

EL FRACASO HISTORICO DE UNA EDUCACION BASICA Y COMUN EN LA ESPAÑA MODERNA (II)




La historia de la educación en la España de los dos últimos siglos es una incesante guerra ideológica entre las fuerzas progresistas y las conservadoras o retardatarias.

En la última parte del siglo XVIII y hasta 1808 tiene lugar una serie de transformaciones demográficas y en las estructuras productivas y sociales  que implican el paso de la sociedad estamental a la sociedad de clases de la industrialización capitalista. ‘La riqueza de las naciones’, de Adam Smith, tiene fecha de 1776.

Durante el Antiguo Régimen la educación es monopolizada por la Iglesia; la nobleza encomienda la educación elemental a preceptistas y leccionistas; los Ayuntamientos apenas disponen de escuelas mientras la Iglesia regenta una red de escuelas monásticas, y los escasos maestros se agrupan gremialmente en la Hermandad de San Casiano malviviendo miserablemente. Por otra parte, la educación secundaria apenas tiene entidad, reduciéndose a una antesala preparatoria para acceder a la Universidad, en manos de la Iglesia y detentadora de un poder autónomo respecto al poder regio ciertamente.

Cuando llegan los ilustrados traen de Francia una fe ciega en la educación como palanca del progreso y encuentran en Carlos III disposición bastante para, dentro de la misión modernizadora general, emprender en el campo educativo las reformas necesarias para sacar a España del estado de postración en que se encuentra. Es de necesidad perentoria erradicar la ignorancia, las malas costumbres y las supercherías. En este sentido la Iglesia es un estorbo y los ilustrados consiguen la expulsión de los jesuitas ─que controlan la enseñanza secundaria─ y  promocionan la creación de instituciones educativas de carácter privado (Reales estudios de San Isidoro, Academias de ingenieros, matemáticos, marinos, físicos, etc.). Esta estrategia pretende dos objetivos: expropiar a la Iglesia de su dominio absoluto sobre la educación (en especial de la Universidad) y, en segundo término, introducir las ciencias y técnicas experimentales frente a los estudios escolásticos degenerados en logomaquias vacuas y estériles.

Y aquí surge el reaccionarismo español que, en contra de la tesis de Menéndez y Pelayo, no conectaba con el pensamiento de los siglos XVI y XVII, sino que era también una importación francesa a través del abate Nonnotte. Nuestros reaccionarios lo tenían claro: la educación era muy importante, escribía el padre Zeballos; por eso no debía dejarse en manos de cualquiera, sino bajo la responsabilidad de maestros “de doctrina incorrupta” para poner freno a las experimentaciones y modernidades que trae el diablo para socavar las bases de la sociedad establecida.

El año 1808 es el principio de otra época. Nace el sentimiento nacional moderno, la sociedad estamental va quedando atrás y emerge una nueva sociedad inspirada en los ideales de libertad, igualdad y propiedad privada. Se tiende a la centralización, al fomento de la agricultura, la industria y el comercio y se defiende la propiedad libre e individual y los viejos mitos de DIOS, PATRIA y REY son sustituidos por el principio de soberanía nacional. Los liberales españoles recogen la herencia de los ilustrados y hay una proclamación sonora de fe en la instrucción pública y la igualdad ante “las luces” para lograr la igualdad y la libertad ciudadanas efectivas. Condorcet en su ‘Memoria sobre la naturaleza y objeto de la Instrucción Pública’ dejó escritas unas palabras que ilustran insuperablemente este ideario educativo: “Cuando la ley ha hecho a todos los hombres iguales, la única distinción que los separa es la que nace de su educación… El hijo del rico no será de la misma clase que el hijo del pobre si no los acerca alguna instrucción… Existirá, pues, una distinción real que no estará al alcance del poder de las leyes el destruir, y que, estableciendo una separación verdadera entre los que tienen las luces y los que son privados de ellas, la convertirá en un instrumento de poder para los unos y no en un medio de felicidad para los otros”.

Éste es, pues, el espíritu educativo que inspira nuestra Constitución de 1812, que en su artículo 366, del Título IX, dice: “En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica…” El artículo 368 determina que el Plan General de Enseñanza será uniforme en todo el reino.

Aprobada la Constitución, el poeta Manuel José Quintana redacta el informe previo a la redacción de una Ley General de Instrucción Pública, que sólo en 1821 alcanzó el rango de norma legal. Para el ideario de la burguesía liberal la educación ha de ser: igual para todos, uniforme, gratuita, pública y libre. El Informe Quintana, que tanto debe al de Condorcet, llama la atención que en lo tocante a la libertad se aparte del modelo. Condorcet entendía la libertad como libertad de enseñanza de los maestros, que luego se denominó libertad de cátedra, mientras que Quintana la amplió al derecho de creación de centros escolares por la iniciativa privada.

No hace falta seguir aquí los avatares todos de nuestro siglo XIX y primer tercio del XX para comprobar que las alternancias de gobiernos absolutistas, liberal progresistas, conservadores, moderados, apostólicos… y las modificaciones incontables de los planes de estudios no consiguieron implantar un sistema capaz de ofrecer un educación general, básica, común, pública, gratuita y laica  que sirviese de argamasa nacional. Es el gran fracaso de la burguesía liberal que no supo o no quiso o no pudo. Tras las dos dictaduras, la de Primo de Ribera y la franquista, con el breve intermedio fallido de la II República, todo estaba por hacer. Visto en perspectiva, un estado sin recursos e incapaz de recaudarlos, estaba condenado a seguir entregando las instituciones educativas a la Iglesia, reduciéndose los programas educativos del progresismo a simple utopía o huera palabrería.      

Ya en democracia, el partido socialista tuvo que afrontar los problemas de la educación no resueltos por la burguesía liberal progresista, que los países de nuestro entorno cultural tenían liquidados años ha. Pero en la ardua tarea de asentar una educación general, básica y común hasta los 16 años, pública, gratuita, compensatoria y laica se ha encontrado y se encuentra con la oposición del Partido Popular y todas las fuerzas reaccionarias que agrupa, herederos activos de las ideas del padre Zeballos y del  primer reaccionarismo español: la educación es muy importante, sí, y por eso mismo hay que controlarla (objetivo para el que la Iglesia siempre está presta) y dirigirla hacia la satisfacción de las necesidades del aparato productivo y la conservación de una sociedad jerarquizada y desigual.

La LOMCE responde perfectamente a esta idea de la educación y la calidad que se invoca, concepto ideológico en estado puro, se predica cuando hay éxito en el objetivo clasificador y segregador. La educación que defiende el partido socialista conecta con el espíritu y la letra de la cita arriba transcrita de Condorcet: por ella se puede alcanzar la auténtica igualdad, que es la que nos permite ser libres. Sin ella no hay democracia.

Las propuestas de la Conferencia del partido socialista en educación deben marcar un punto y aparte, deberían ser reflexionadas por la comunidad educativa y merecen pasar por el crisol de su puesta en marcha en la próxima legislatura.

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