El juego de la política exige la
personalización. Las controversias, los enfrentamientos ideológicos no se
producen en el vacío, necesitan encarnarse en personas a las que
responsabilizar de las acciones, sobre todo de los errores. Véase, si no, la
última metedura de pata del ya tristemente famoso ministro de educación: se
ceba en él toda la ira de los estudiantes del programa Erasmus, los ataques de
la oposición que unánimemente piden su dimisión y el reproche general. Hasta,
se dice, sus propios compañeros del partido lo han dejado a los pies de los
caballos, hartos ya de tantas pifias y dislates.
Los hechos, sin embargo, al margen de
la representación política, se empeñan en ser de otra manera. Ante el escándalo
de la retirada de fondos a los estudiantes del Erasmus, que haya sido el
ministro el que a iniciativa propia acudiera a la Moncloa a pedir árnica
presupuestaria o que fuese el Presidente del gobierno quien le instase a
desdecirse de lo ya hecho firme en el Boletín Oficial es algo de poca
trascendencia. Al fin y al cabo los recortes presupuestarios en educación no
son cosa del señor Wert, sino del gobierno colegiado que preside el señor
Rajoy. ¿Alguien cree de veras que los conmilitones del PP están en contra de la
política educativa del ministro?
¿Acaso la LOMCE es una ley que se le
ha ocurrido al señor Wert en un sueño adolescente y que, sólo ante el peligro,
crecido, enardecido por efecto de la crítica de toda la comunidad educativa, la
ha sacado adelante sin la connivencia de todo el partido popular? Todos los
elementos de la contrarreforma de la ley del PP corresponden con las posiciones
ideológicas de la derecha española más ultramontana desde los ilustrados hasta
hoy: privatización, enseñanzas medias seleccionadoras del alumnado de cara a la Universidad y no
ampliadoras de los estudios primarios para toda la población y, por medio,
siempre la Iglesia
a su servicio, exigiendo su derecho a inspeccionar todos los centros, como en la
Ley Moyano en base al Concordato de 1851, o
como hoy, haciendo valer los Acuerdos de 1979 para imponer su presencia en las
instituciones educativas. No es la educación para la derecha actual el único
camino para que los hombres puedan ser libres como querían los liberales
progresistas del siglo XIX, sino un instrumento para la selección y la
clasificación de los individuos de acuerdo a las necesidades del aparato
productivo.
Con el señor Wert o sin él la ley
educativa del PP quedará ahí, a no ser que en las próximas elecciones el poder
cambie de manos…, lo cual tampoco debe confiarnos demasiado, pues, si bien
todos los partidos parlamentarios (lo de UPyD es caso aparte) están en contra,
no todos lo están por los mismos motivos; a los convergentes catalanes les
importa la recentralización, pero al PSOE le afecta más el sentido clasista de
la ley, por poner un ejemplo.
Fuera de la simbología de la
representación que es la política, no entiendo cómo la oposición se distrae
pidiendo la dimisión del ministro Wert por aplicar un recorte impuesto por el
programa de reducciones del gasto en educación propugnado por el gobierno del
señor Rajoy. La LOMCE ,
que sólo por mor de la personalización, podemos llamar Ley Wert, es lo que
importa; herencia envenenada que llegará a los centros añadiendo confusión al
desconcierto existente, caos al caos. Seguramente todo calculado para que quien
pueda se busque la vida en la escuela privada y quien no pueda… Quien no pueda
qué nos importa.
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