martes, 5 de noviembre de 2013

PARO, ENFERMEDAD Y MUERTE




Los medios de comunicación acaban de hacerse eco de un informe de la OMS según el cual el paro tiene unas gravísimas consecuencias de carácter patológico, que en el caso de España con un 52% de desempleo juvenil amenaza con una inminente emergencia sanitaria.
No debe sorprendernos esta relación paro-enfermedad y, dadas las cifras de desempleados ─ese ejército de reserva de que dispone la economía global─ tampoco han de parecernos infundadas las previsiones catastróficas de la OMS. En efecto, de los daños sanitarios ocasionados por la falta de trabajo tienen diaria noticia los médicos de cabecera y las consultas de psicólogos y psiquiatras, mientras el ciudadano común los experimenta en sus propias carnes o en las de sus familiares y conocidos.
Pero todavía se sorprende uno menos al recordar al joven Marx de los Manuscritos económico-filosóficos. Desarrollando la tesis del carácter enajenante del trabajo en la Economía Política capitalista (el trabajo se extraña y enajena en la producción/capital), Marx escribe: “El trabajador tiene, sin embargo, la desgracia de ser un capital viviente y, por tanto, menesteroso, que en el momento en que no trabaja pierde sus intereses y con ello su existencia”. Más adelante, en el Segundo Manuscrito, prosigue el pensamiento marxiano: el obrero es tanto más pobre cuanto más mercancía produce; el propio trabajador se convierte en una mercancía, más barata cuantas más mercancías produce. El trabajo no sólo produce mercancía, sino que se produce a sí mismo y al obrero como mercancía. La Economía Política no conoce al trabajador parado, al obrero que se encuentra fuera de la relación laboral. Si delinque, se ocupará de él el policía, el juez o el carcelero; si cae enfermo, le afectará relativamente al médico; si muere, al enterrador. Para la Economía Política las necesidades del trabajador se reducen a la necesidad de mantenerlo mientras trabaja de manera que no se extinga  “la raza de los trabajadores”.
En las sociedades capitalistas el trabajo nos asigna identidades: una profesión, un oficio, un rol, un status. Nos integramos socialmente en el sistema mediante el trabajo. El empleo es el principal mecanismo de inclusión en las sociedades de mercado. Así pues, quien se queda sin trabajo o no accede a un primer empleo queda excluido del mercado, de la ciudadanía. No tiene existencia, es hombre muerto. Somos porque trabajamos y si no trabajamos no somos.
A propósito del objetivo de preparación para la empleabilidad que propugna la LOMCE, en un reciente artículo traje a colación dos representativos análisis sobre el trabajo en la sociedad actual: el de André Gorz en su Metamorfosis del trabajo y el de Jeremy Rifkin en El fin del trabajo. El planteamiento radical, anticapitalista, de A. Gorz, que tomaba la perspectiva de una utopía en que el tiempo de trabajo se convertía en tiempo liberado apto para la convivencialidad fraternal, la creatividad y la estética, en la práctica no ha tenido éxito alguno. Y en cuanto a Rifkin, cuyo diagnóstico de la realidad del desempleo producido por la revolución tecnológica puede ser bastante certero, tropieza en sus soluciones con las contradicciones de un sistema, el capitalista, que no puede funcionar sin la apropiación acumulativa del trabajo humano.

Las masas crecientes de desempleados que se extienden como un magma viscoso por el planeta global… ¿se dejarán morir de inanición lentamente?, ¿aceptarán resignadamente trampear y malvivir bajo las sombras de la economía sumergida?, ¿se hundirán en silencio en el pordioseo, la caridad de la beneficencia y la miseria física y moral? ¿O, por el contrario, los jóvenes sobre todo derivarán hacia la violencia individual o pandillera en una especie de guerrilla regida por la ley de la selva? ¿O acaso habrá lugar para un renacimiento de la lucha de clases a dimensión planetaria? Degeneró, fracasó el comunismo, pero ello no hace bueno al capitalismo y sus emperadores, en cuya mochila no hay menos crímenes contra la Humanidad. La historia no ha terminado, aunque el Imperio vigila, observa, espía y controla para que nada ni nadie se mueva. Es la vieja cuestión: cómo hacer que los detentadores de la fuerza y el poder acepten repartir equitativamente los bienes de la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario