No seré yo
quien arroje a la cara de los trabajadores de la TVV aquellas palabras de Martin Niemöller,
equivocadamente atribuidas a Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío no protesté; después se llevaron a los comunistas y
como yo no era comunista no protesté…”. Obreros, intelectuales y hasta curas
sucumbieron unos tras otros ante el poder totalitario. Cuando éste se llevó al
último, al indiferente, no quedaba nadie para protestar. Nadie se salvó.
Ya digo,
lejos de mí recriminar a quienes ahora tienen encima la losa del paro no
haberse unido antes y rebelado contra los abusos, la manipulación y la
corrupción pura y dura implantados en la televisión valenciana desde el mismo
momento del acceso al poder del PP en 1995. Tampoco es momento de hacer
clasificaciones de los trabajadores por el modo de acceso, grado de implicación
en la gestión o actitud ante el mobbing sufrido por algunos compañeros.
Por unas
horas aquello de “el pueblo unido jamás será vencido” pareció hacerse realidad.
Tomada la TVV ,
los trabajadores empezaron a emitir libremente y a vomitar sapos y culebras contra
los amos de la empresa. La revolución en marcha. Vértigo ante una pantalla que mostraba con toda crudeza las miserias hasta ahora silenciadas.
Este lock-out
o cierre patronal va a tener consecuencias no calculadas por el Presidente
Alberto Fabra. Va a convertirse en un tema-río de caudal inagotable que
seguramente arrastrará toda la escoria producida por el PP durante casi 20
años. Menos seguridad hay sobre cuál sea el futuro de la unidad de los
trabajadores de la TVV.
La identidad
de los trabajadores en general y lo que en lenguaje sindical suponía la unidad
de acción de la clase trabajadora hoy, en estos tiempos de postmodernidad,
parece una utopía desvanecida.
El fenómeno
del desempleo en el mundo ha inducido numerosos estudios en los que, a partir
de la revolución tecnológica y de la información, se ha teorizado y dado carta
de naturaleza a la modificación de las estructuras productivas, la
diversificación de las ocupaciones, la necesidad de flexibilizar los mercados
de trabajo, la fragmentación de éste y la imposibilidad de construir
identidades y sujetos sociales entre trabajadores tan heterogéneos. Incluso se
ha decretado la desaparición de la clase obrera, hecho del que trae su causa la
crisis de la socialdemocracia y el auge
de las políticas neoliberales.
En mi
opinión, sin embargo, las clases sociales no han desaparecido. Lo han hecho en
sus tradicionales demarcaciones. Actualmente las fronteras son difusas y las
autopercepciones engañosas, pero la sentencia de Sancho Panza sigue vigente: “Dos
linajes sólo hay en el mundo, decía una agüela mía, el de tener y el de no
tener”. En efecto, si salimos del esquematismo y profundizamos un poco, lo que
percibimos es que en el gran reparto de la renta mundial hay unos, los menos,
que reciben mucho más de lo que equitativamente les corresponde y existe una
mayoría a la que le llega menos de lo justo, de acuerdo a una escala graduada
que va de más a menos, desde la posibilidad de supervivir hasta la
imposibilidad de hacerlo.
Conviene, por
tanto, antes de resignarse a la proclamada imposibilidad de construir
identidades entre los trabajadores, contar en primer término con objetivaciones
estadísticas de la distribución de los trabajadores por sectores y ocupaciones,
sobre salarios, condiciones de trabajo, etc. Porque pudiera ocurrir que la
realidad objetiva igualase a más trabajadores de los que la heterogeneidad
externa muestra, y que asalariados, autónomos, fijos, discontinuos, manuales,
de cuello azul o de cuello blanco, legales e ilegales…, todos ellos disueltos
en lo que se ha dado en llamar “trabajo líquido”, estuviesen más cerca de lo
pensado de encontrar configuraciones novedosas de identidad propiciadoras de
acciones en común contra la insoportable explotación de un sistema
despersonalizado.
Si no se hace nada cuando no somos directamente afectados, ocurre lo que
de forma descarnada ha dicho el prestigioso periodista Miguel Ángel Aguilar a
propósito de la conducta de los trabajadores de la TVV : se pierde primero la
dignidad para salvar el puesto de trabajo y al final se pierde también el
puesto de trabajo.
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