El acuerdo de la Comisión Territorial del
PSOE sobre la federalización de España ha tenido una respuesta descalificadora
por parte del PP en general y, en especial, de su vocero, el señor González
Pons, quien ha dicho que lo que debe hacer el PSOE es “defender a España” y
dejarse de teorías (quimeras, las llama Montoro, el de la amnistía fiscal).
González Pons suele dar un tono enfático
y teatrero a sus declaraciones, que nos distrae a menudo de su fondo falsario y
estulto. Hace falta estar muy fuera de la realidad (ser “idiota” en sentido
etimológico) para no tomar conciencia de la gravedad de lo que se está gestando
en Cataluña. A estas alturas no valen ya los análisis de inspiración marxista
que asocian nacionalismo con los intereses de la clase burguesa. Hay que
fijarse en la clientela de Esquerra Republicana de Catalunya, integrada por una
pequeño-burguesía de origen urbano, una ciudadanía rural y unas clases
populares que en una situación de emergencia económica y social se enganchan
fervorosamente a un banderín que les ofrece en el mismo paquete izquierdismo,
republicanismo y liberación nacional de una oligarquía centralista castellana,
de la que, piensan, sólo han recibido humillaciones, agravios y ahora pobreza.
Cierto es que el nacionalismo
catalán viene de lejos. Del catalanismo doctrinal de Valentí Almirall ─que ya
intentó conectar los intereses de la burguesía catalana con el federalismo─ se
pasó con Prat de la Riba
a un verdadero movimiento político,
instrumentado por la Lliga Regionalista, partido político moderno. Desde
una perspectiva histórica cabe subrayar dos hechos: la Lliga nunca consiguió un compromiso político con la
oligarquía centralista (aunque llegó a acuerdos espurios cuando le convino) y
nunca fue separatista de los pueblos ibéricos, y, en segundo término, las contradicciones
de la burguesía causaron la entrada de nuevos agentes en el movimiento nacional
catalán (sectores de la pequeña burguesía urbana, campesinado, movimientos
obreros…). El éxito de Esquerra Republicana durante la
II República expresó estos cambios en el
nacionalismo de Cataluña. Conocemos los intensos debates en las Cortes
republicanas para aprobar el Estatut del año 1932 y sabemos muy bien en qué
convirtió Franco la autonomía catalana.
No podemos vislumbrar cuál sería el
panorama de España si la II
República y la Autonomía
de Cataluña se hubiesen consolidado. Sin embargo, respecto a lo que ocurre hoy
en España no hay duda posible: por eso, describir el estado de las relaciones
entre Cataluña y el resto de España, en el contexto de una profundísima crisis
económica, social e institucional, en la actualidad se convierte en tarea
innecesaria, dada su evidencia, salvo para el Gobierno del PP que, personalizado
por su líder Mariano Rajoy, adopta la postura de don Tancredo. Hasta la fecha
todos los intentos de normalizar y acomodar las relaciones Cataluña-España han
fracasado: las creativas formas federalizantes de Prat de la Riba , el proyecto de Estatut
de 1919, el Estatut de la II República ,
la Autonomía
de la Constitución de 1978, el
último intento del Presidente Zapatero de 2006… Y ahora la propuesta de
Rubalcaba. ¿Qué recepción obtienen las sin
duda bienintencionadas propuestas del partido socialista por parte del partido
gobernante, aparte del enfatismo cargante del señor Pons? ¿Qué se puede esperar
de la derecha española para resolver el problema catalán?
La respuesta se deduce de estas dos constataciones:
primera, la derecha española, cerril siempre en su absolutismo centralista, ha
boicoteado sistemáticamente todos los intentos de dar solución al problema. Y,
segunda, en este momento concreto el PP ha tomado la opción de embridar y
ahogar el independentismo de Cataluña y cualquier otro conato que se presente
retornando por vía de hecho al centralismo absolutista castellano con ocasión
del hundimiento económico de las Comunidades Autónomas.
Y mientras tanto, el
independentismo (que se está configurando como un movimiento popular e
interclasista creciente) avanza no como una ola hacia la playa para deshacerse
en burbujas, sino como profunda corriente que amenaza con convertirse en
tsunami que deje a Cataluña y España como un solar inhabitable. Es el lance
taurino de don Tancredo, que a veces tenía éxito y el torero salía ileso, pero
que en otras el miura se lo llevaba por delante. Pero el oficio del señor Rajoy
no es el de novillero, tiene la obligación histórica de gobernar y la
responsabilidad de evitar una catástrofe a nuestro país. Al menos el señor
Aznar hablaba catalán en la intimidad. Uno y otro, a lo que se ve, muy bien
sobrepagados.
El tema de los separatismos, ahora el catalán, en otro momento el vasco, necesita que los políticos hagan POLÍTICA (con mayúsculas) pues la Historia nos ha enseñado que no sirven otras fórmulas, y el escudo de la legalidad "constitucional" no es, o no debería ser dogma de fe incuestionable, pues cuando ha interesado a los partidos mayoritarios se ha modificado su redacción.
ResponderEliminar