jueves, 18 de julio de 2013

LA MENTIRA POLÍTICA


¿Quién miente, el señor Bárcenas o el señor Rajoy? ¿Se financió ilegalmente el Partido Popular y sus líderes máximos cobraron sobresueldos, como afirmó ante el juez el señor Bárcenas, hoy en prisión preventiva por varios presuntos delitos, o no se dieron tal financiación ni tales pingües percepciones económicas, como defienden el Presidente del Gobierno y sus voceros del PP? ¿A quién hay que creer, a un presunto delincuente encarcelado o a todo un Presidente del Gobierno, si ambos han cambiado de versión a su conveniencia?

Adelanto el sentido retórico de estas preguntas, pues la respuesta, para mi y para el común de la gente, es de abrumadora evidencia: es verdad que hubo financiación ilegal y es verdad que la cúpula del PP percibió cantidades de dinero extraordinarias. Y, sin embargo, ambas partes mienten, si se me permite la aparente contradicción.

Todos los políticos mienten. Esa es la conclusión. Esa es la convicción general de los gobernados respecto a los gobernantes. La mentira política no es cosa de hoy, por más que en los tiempos presentes cobre relevancia mayor por su condición instrumental en el fenómeno de la corrupción.

Desde los tiempos clásicos hasta la actualidad la “doble moral” ha estado vigente bajo formulaciones diversas, aunque siempre homologables. La verdad como objetivo y la veracidad como conducta moral de los ciudadanos no rigen para los políticos que se mueven en el nivel de los intereses superiores, los cuales exigen resultados exitosos, quedando la cuestión de los medios oculta en una caja negra invisible al resto de los mortales.

Platón, en La República, justificaba la mentira política en la incapacidad del pueblo para comprender la complejidad del interés común. Maquiavelo, empeñado en  la tarea de construir un estado nacional italiano frente a España y Francia, llegó a escribir en El Principe: ”…la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad”. H. Kissinger, pasando por Richelieu, J. Swift y J. Arbuthnot (con su El arte de la Mentira), Metternick, etc. son jalones de esta tradición ideológica que justifica la funcionalidad de la mentira en la política.

Incluso en nuestros días sería entendible la inevitabilidad de ciertas zonas de verdad difuminada, moderada, relativizada, que hiciese tolerable la visión del abismo existente entre la representación ideal que las sociedades y los ciudadanos tienen de sí mismos y lo que realmente son en sus comportamientos cotidianos  Pero esa función de terapia social es una cosa y otra muy diferente es que la “noble mentira”, al decir del clásico, la que guarda los secretos de estado,  la que protege los supremos intereses nacionales, se degrade y difunda en forma de metástasis por todo el cuerpo social, por todas las esferas públicas y privadas. Entonces es cuando cobran todo el sentido expresiones como toda la política es mentira y todos los políticos mienten.

Cualquiera que haya militado en un partido político sabe que el criterio verdad-mentira carece de significado. Lo que rige es la “la verdad funcional”, la que expresa lo que en cada momento interesa, lo que se considera bueno para el que habla o para su organización. Lo mismo ocurre en las relaciones interpartidarias y, lo que ya supone un estado límite de la patología social, igual actúan los periodistas “representantes” en las tertulias y en los foros de opinión de los partidos políticos, de los que de madrugada han recibido las consignas y el argumentario para el consumo del día.

Cuando se llega a tal clima de degradación de la verdad y la mentira y la manipulación se han generalizado, como ocurre hoy en España, el riesgo de ruptura del consenso es alto. El pacto social, perdida la confianza de una de las partes, se deshace y la ley de la selva se impone. Es en lo que estamos.

Resistir es vencer, piensa el Presidente del Gobierno, sin importarle el que un pueblo infectado por la mentira hasta la médula no tiene más futuro que ir a parar al basurero de la historia. Del señor  Rajoy  sostuve en el título de un artículo reciente que  era  “el peor hombre para el peor  momento” de España. La tesis que entonces podía considerarse hiperbólica, hoy es de interpretación literal.

1 comentario:

  1. Es curioso el alto grado de tolerancia a la mentira que tenemos en nuestro país, cabe pensar si sería posible algo similar en EEUU, por ejemplo.

    ResponderEliminar