¿Quién miente, el señor Bárcenas o el señor Rajoy? ¿Se financió ilegalmente el Partido Popular y sus líderes máximos
cobraron sobresueldos, como afirmó ante el juez el señor Bárcenas, hoy en
prisión preventiva por varios presuntos delitos, o no se dieron tal
financiación ni tales pingües percepciones económicas, como defienden el
Presidente del Gobierno y sus voceros del PP? ¿A quién hay que creer, a un
presunto delincuente encarcelado o a todo un Presidente del Gobierno, si ambos
han cambiado de versión a su conveniencia?
Adelanto el sentido retórico de estas preguntas, pues la
respuesta, para mi y para el común de la gente, es de abrumadora evidencia: es
verdad que hubo financiación ilegal y es verdad que la cúpula del PP percibió
cantidades de dinero extraordinarias. Y, sin embargo, ambas partes mienten, si
se me permite la aparente contradicción.
Todos los políticos mienten. Esa es la conclusión. Esa es la
convicción general de los gobernados respecto a los gobernantes. La mentira
política no es cosa de hoy, por más que en los tiempos presentes cobre
relevancia mayor por su condición instrumental en el fenómeno de la corrupción.
Desde los tiempos clásicos hasta la actualidad la “doble
moral” ha estado vigente bajo formulaciones diversas, aunque siempre
homologables. La verdad como objetivo y la veracidad como conducta moral de los
ciudadanos no rigen para los políticos que se mueven en el nivel de los
intereses superiores, los cuales exigen resultados exitosos, quedando la cuestión
de los medios oculta en una caja negra invisible al resto de los mortales.
Platón, en La República, justificaba la mentira política en la incapacidad del pueblo
para comprender la complejidad del interés común. Maquiavelo, empeñado en la tarea de construir un estado nacional
italiano frente a España y Francia, llegó a escribir en El Principe: ”…la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes
han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos
hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de
los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad”. H. Kissinger, pasando por Richelieu, J. Swift y J. Arbuthnot (con su El arte de la Mentira ), Metternick, etc.
son jalones de esta tradición ideológica que justifica la funcionalidad de la
mentira en la política.
Incluso en nuestros días sería entendible la inevitabilidad
de ciertas zonas de verdad difuminada, moderada, relativizada, que hiciese
tolerable la visión del abismo existente entre la representación ideal que las
sociedades y los ciudadanos tienen de sí mismos y lo que realmente son en sus
comportamientos cotidianos Pero esa función
de terapia social es una cosa y otra muy diferente es que la “noble mentira”,
al decir del clásico, la que guarda los secretos de estado, la que protege los supremos intereses
nacionales, se degrade y difunda en forma de metástasis por todo el cuerpo
social, por todas las esferas públicas y privadas. Entonces es cuando cobran
todo el sentido expresiones como toda la política es mentira y todos los políticos
mienten.
Cualquiera que haya militado en un partido político sabe que
el criterio verdad-mentira carece de significado. Lo que rige es la “la verdad funcional”, la que expresa lo que
en cada momento interesa, lo que se considera bueno para el que habla o para su
organización. Lo mismo ocurre en las relaciones interpartidarias y, lo que ya supone un estado límite de la
patología social, igual actúan los periodistas “representantes” en las
tertulias y en los foros de opinión de los partidos políticos, de los que de
madrugada han recibido las consignas y el argumentario para el consumo del día.
Cuando se llega a tal clima de degradación de la verdad y la
mentira y la manipulación se han generalizado, como ocurre hoy en España, el
riesgo de ruptura del consenso es alto. El pacto social, perdida la confianza
de una de las partes, se deshace y la ley de la selva se impone. Es en lo que
estamos.
Resistir es vencer, piensa el Presidente del Gobierno, sin
importarle el que un pueblo infectado por la mentira hasta la médula no tiene
más futuro que ir a parar al basurero de la historia. Del señor Rajoy
sostuve en el título de un artículo reciente que era “el
peor hombre para el peor momento” de
España. La tesis que entonces podía considerarse hiperbólica, hoy es de
interpretación literal.
Es curioso el alto grado de tolerancia a la mentira que tenemos en nuestro país, cabe pensar si sería posible algo similar en EEUU, por ejemplo.
ResponderEliminar