La consideración de la política como una
actividad degradada y, aún más, como una ontología intrínsecamente perversa es
un hecho incontrovertible hoy en la
España de julio de 2013, en que sobre la masa viscosa de
innumerables casos de corrupción aparece el señor Rajoy, Presidente del Gobierno,
a modo de coronación vergonzante del gran basurero nacional, como receptor de dineros
irregulares, supuestamente connivente con el célebre señor Bárcenas y
responsable de un partido político que
más que otra cosa semeja eficacísima máquina de captación de rentas ilegales.
En tiempos de bonanza y bienestar social los
ciudadanos miran a sus dirigentes con indiferencia y son condescendientes o
hacen la vista gorda ante sus errores o abusos de poder. Pero cuando llegan las
crisis económicas y sociales los ciudadanos se hacen exigentes y justicieros,
tomando a la política y a los políticos como chivos expiatorios de todos los
males. Sólo ante enemigos externos que ponen en riesgo los valores
constitutivos de un pueblo, éste puede adherirse con entusiasmo a un líder
salvador, lo que hizo el pueblo inglés con W. Churchill ante el peligro alemán.
Tal como se ven hoy las cosas, tenemos, pues:
que los políticos son los causantes de la depresión económica con el
consiguiente paro, pobreza y marginación social de millones de personas; que,
aunque los políticos no sean los productores fundamentales de la catástrofe,
son responsables de connivencia con los poderes bancarios y financieros o de
incompetencia por no haberlos sometido y subordinado al bien general; que la
corrupción está generalizada y es transversal, todos los políticos son iguales y el PSOE y el PP la misma mierda es;
que la derecha y la izquierda son la misma cosa, los mismos perros con
distintos collares; que toda política es mala. Viva, pues, la antipolítica.
Llegados a este punto, que es en el que nos
quería la derecha, ¿qué se puede hacer? Antes
que otra cosa hay que salir de esta trampa ideológica que tantos réditos
electorales proporciona a los partidos conservadores, cuyos votantes (su suelo
electoral) seguirán, con la ayuda impagable de la Iglesia (¿impagable?),
fidelizados con el partido de sus intereses económicos e ideológicos, a pesar
de Bárcenas, de Rajoy o de Urdangarín.
La ideología, como aerosol aparentemente
inocuo que de forma incesante se difunde para general inhalación de la gente,
es utilizada a través de diversos mensajes perceptibles o subliminales para
crear en la opinión de las masas el prejuicio de la maldad de la política.
Fijémonos en el lenguaje común: “Yo no soy político”, “eso es cosa de políticos”, “no se meta usted en política”, que dicen que
aconsejó Franco a un alto cargo de su régimen… En este tipo de expresiones,
además del carácter nefando del quehacer político, subyace una sinécdoque
bastarda: tomar el todo de la política por la parte de la actividad partidaria.
¿Qué se puede hacer cuando la polución
ideológica se ha fosilizado en el lenguaje de la calle? Cuando la acción de la política se reduce a
la actividad de los partidos, cuando la parte se confunde con el todo, con la
toda política que constituye el vivir del hombre social, del animal político,
la reeducación de los esquemas mentales no es tarea fácil. El fino marxista italiano,
A. Gramsci, de quien es la fórmula “todo es política”, tenía clara la receta,
la metodología: la cultura, la intelectualización progresiva del ciudadano, o
la generalización de la política que pretendía
Pietro Ingrao.
Es la cultura la que nos habilitará para ver,
distinguir y entender. Es don Antonio Machado
quien en su Juan de Mairena instruirá a los jóvenes:
“La política, señores –sigue hablando Mairena─,
es una actividad importantísima… Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo,
sino, en último término, el desdeño de la política mala, que hacen los
trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer
política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y
naturalmente, contra vosotros”.
El joven Anatolio Alonso, la mejor nota media
del bachillerato y la selectividad de toda España, ha declarado que no le
importaría ser político. Que un muchacho tan inteligente, partidario por otra
parte de la escuela publica, diga lo que
ha dicho de la actividad política es un signo de esperanza en estos tiempos de
negro pesimismo.
Cuando la política se convierte en una profesión en lugar de una vocación de servicio a la comunidad, se pierden los principios morales con el todo vale ...
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