Como de un menhir enhiesto, impertérrito y
ventrudo, impasible a ventiscas y tramontanas, fluye la voz monocorde de Oriol
Junqueras, Presidente de ERC y Vicepresidente del Govern, predicando: «Yo, antes
que demócrata, soy una buena persona, soy honrado, honesto, soy cristiano... y
hago el bien, quiero hacer el bien, la
Independencia es para hacer el bien a los catalanes, para tener mejores
escuelas y mejor sanidad y mejores servicios sociales y menos paro y buenas
oportunidades para todos y más felicidad para todos... También a los españoles
les irá mejor, pueden aprovechar la ocasión de encontrar su camino y ser
felices y entonces, liberados del mal español, llevarnos bien los de un lado y
los de otro como buenos hermanos y vecinos... Por favor, déjennos ser felices a
los catalanes…»
La palabra
de Junqueras es monótona, cansina, mecánica, salvo cuando en medio de la
secuencia se hace quebradiza, acristalada, apenas contenida, e incapaz de
taponar el río de la pasión que bulle a alta presión por las venas de este
fanático; entonces, se rehace el discurso del sofista y recobra su monotonía y
parsimonia para, al final de la salmodia, impostar un descenso melifluo de voz,
que se hace humilde y paciente como la de un predicador ante adolescentes
díscolos a los que una y otra vez hay que repetir sin éxito la misma consigna:
¡Señor, Señor, qué paciencia! ¡Estos españoles, habitantes del país de las
sombras, no ven la luz de la Razón de la Independencia. ¿Es malo votar? Votar
es democracia. Queremos votar.
Si el cristiano Junqueras no hubiera expresado en
la coda de su argumentario que a los españoles nos desea el bien y que la
Independencia nos favorecerá por igual a catalanes y españoles, uno habría
deducido que la Independencia sumaba a favor de los catalanes y restaba en
contra de los españoles, en una cuestión como ésta que se planteaba en términos
de suma cero: lo que una parte gana, la otra lo pierde, tal como funcionaba en
la fase del procés del «España
nos roba». Eran los célebres 16.000 millones
de euros que, según las balanzas fiscales, España robaba a Cataluña. El
varapalo que Josep Borrel propinó a Junqueras, en un comentado debate (en el
canal privado 8tv, año 2016) sobre las balanzas fiscales y la falsedad de la
existencia en Alemania de un límite del 4% del déficit de un Lander con la
Hacienda federal, hubiera dejado fuera del ring a cualquier púgil que no
tuviera el cinismo y la capacidad de abuso de la técnica de la reserva
mental de nuestro confeso cristiano, al estilo de aquel fariseo confesor
que, para evitar la fealdad de fumar mientras rezaba, le propuso al feligrés
rezar mientras fumaba.
La verdad os hará libres. ¿Y la mentira?
Cuatrocientos curas catalanes frente a cuatrocientos profesores de Derecho
Constitucional. Ante la Fe y la Comunión con el El Pueblo de Dios (un sol poble en Cataluña), ante la pasión
por ser libres... ¿qué tiene que decir la ciencia jurídica? La ciencia
jurídica..., cuestión de leguleyos al servicio del poder opresor. El monje
montserratino, Sergi D´Assis, penoso émulo del Fermín de Pas, de La Regenta, con aires de Pájaro Espino,
que convierte una homilía en un mitin sobre los derechos humanos pisoteados por
las fuerzas de ocupación. O el párroco de Calella, Cinto Busquets, mostrando
ante una periodista toda la simpleza intelectual, la soberbia y la toma del
nombre de Dios en vano... Estos curas, como poco, si las circunstancias lo
propiciasen, serían los Serapios de la novela Patria, de F.
Aramburu.
A cualquiera que tenga alguna noción de
antropología, sociología e historia no ha de extrañarle la connivencia
emotivo-cognitiva de la Iglesia con el nacionalismo: pueblo-nación, pueblo de
Dios, espíritu del pueblo, espíritu común, lengua común, comunión, comunidad,
comunitarismo. En fin..., el 1-O ya ha pasado y hemos empezado a recoger la
primera cosecha de las bondades que nos va a traer la Independencia de
Cataluña. Ya hemos visto al Pueblo henchido de placer, brillantes los ojos de Ilusión, la palabra mágica del buen
independentista, la Ilusión de otear, de pisar ya las playas doradas de la
Arcadia feliz. Ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes, escolares de primaria
y hasta de infantil todos en comunión mística. Y los que no comulgan (con
ruedas de molino, diría un españolista) ya están señalados, son traidores, fascistas,
franquistas, infieles, extranjeros. Que se vayan, cuantos más, mejor. Hagamos
limpieza de quintacolumnistas. Demasiada gente, no dispuesta a integrarse, ha
venido en las últimas décadas, así bajaremos el porcentaje de paro. Otra bondad
colateral.
Una vez enterados de que la cosa no iba de
dineros, de balanzas fiscales y otras menudencias propias de un materialismo
mezquino, sino que era la DIGNIDAD lo que estaba en juego, no nos queda
más que esperar los dulces frutos de las próximas cosechas del procés, que han de resultar benéficos
para todos, como nos ha prometido la buena persona, honesta y cristiana que es
O. Junqueras, ese hombre que vino al mundo con un destino marcado a fuego en la
frente: LA INDEPENDENCIA ES EL BIEN.
En serio, ¿qué se puede esperar de un fanático
moralista?:
Vendrán más años malos/ y nos harán más ciegos;/
vendrán más años ciegos/ y nos harán más malos./ Vendrán más años tristes/ y
nos harán más fríos/ y nos harán más secos/ y nos harán más torvos. (Rafael S. Ferlosio).